lunes, 14 de septiembre de 2009

HOMENAJE A LOS FRANCESES
muertos durante los trabajos de construcción del Canal de Panamá
(período francés)
Plaza de Francia, Casco Viejo.

UN CUENTO CHINO

la perla brillante

Hace mucho, muchísimo tiempo había un dragón de jade tan blanco como la nieve que vivía en una cueva en la roca en la orilla este del río Celestial y un hermoso fénix dorado que vivía en el bosque al otro lado del río.

Al dejar su casa cada mañana el dragón y el fénix se encontraban antes de ir cada uno por su lado, uno a volar en el cielo y el otro a nadar en el río Celestial. Un día ambos llegaron a una isla encantada donde encontraron una piedrecita brillante que les fascinó con su belleza.

“Mira que hermosa es esta piedra”, le dijo el fénix dorado al dragón de jade.

“Vamos a pulirla y darle forma para que se convierta en una perla”, dijo el dragón de jade.

Entonces se pusieron a trabajar la piedra, el dragón utilizando sus garras y el fénix su pico. La pulieron día tras día, mes tras mes, hasta que al final la convirtieron en una pequeña y perfecta esfera. Emocionado, el dragón voló hacia la montaña sagrada para recoger gotas de rocío de la mañana y el fénix recogió agua clara del río Celestial, para rociar y lavar la esfera. Gradualmente se convirtió en una perla deslumbrante. Ambos se habían hecho tan amigos que ninguno quería volver a su hogar, por lo que se establecieron en la isla encantada, guardando la perla.

La perla era mágica: cada vez que brillaba, todo iba mejor, los árboles se volvían verdes todo el año, las flores de todas las estaciones florecían a la vez y la tierra daba sus mejores cosechas.

Un día, la Reina Madre del Paraíso, al salir de su palacio vio a lo lejos los brillantes rayos que irradiaba la perla y, impresionada por la visión, se propuso ser la propietaria de la perla. Envió a uno de sus guardianes en mitad de la noche a robársela al dragón de jade y al fénix dorado mientras dormían. Cuando el guardián volvió con ella, la Reina Madre estaba encantada, decidió que no se la enseñaría a nadie e inmediatamente la escondió en el cuarto más recóndito del palacio para llegar al cual había que atravesar nueve puertas con cerrojos.

Cuando el dragón de jade y el fénix dorado se despertaron por la mañana, se encontraron con que la perla faltaba. Desesperadamente, se pusieron a buscarla por todas partes: el dragón escrudiñó cada rincón del fondo del río Celestial, mientras que el fénix dorado barría cada pulgada de la montaña sagrada, pero todo fue en vano. Continuaron su búsqueda día y noche, con la esperanza de recuperar su valioso tesoro.

El día del cumpleaños de la Reina Madre, todos los dioses y diosas del Paraíso fueron a su palacio para felicitarla. Ella preparó una gran fiesta, entreteniendo a sus invitados con néctar y albaricoques celestiales, la fruta de la inmortalidad. Los dioses y las diosas le dijeron:

“Ojalá que tu fortuna sea tan grande como el Mar del Este y tu vida dure más que la Montaña del Sur”

La Reina Madre estaba emocionada y, con un súbito impulso, declaró:

“Mis queridos amigos inmortales, quiero enseñaros una preciosa perla que no se puede encontrar ni en el Paraíso ni en la Tierra

Entonces sacó las nueve llaves de su bolsillo y abrió una por una las nueve puertas. Del más recóndito cuarto del palacio sacó la perla brillante, la colocó en una bandeja de oro y cuidadosamente la llevó al centro del salón de baile, que inmediatamente quedó iluminado por sus destellos. Todos los invitados quedaron fascinados por su brillo y la admiraban embobados.

Mientras tanto, el dragón de jade y el fénix dorado continuaba su infructuosa búsqueda, cuando, de repente, el fénix dorado vio su brillo y resplandor en la distancia y llamó al dragón de jade: “Mira, ¿no es nuestra perla?”

El dragón de jade sacó su cabeza del río Celestial y miro y dijo: “Por supuesto que es, no hay duda, vamos a recuperarla”

Volaron hacia la luz, que les condujo al palacio de la Reina Madre. Cuando tomaron tierra allí, encontró a todos los dioses y diosas inmortales apelotonados alrededor de la perla, alabándola admirados. Empujando y abriéndose camino entre la multitud, el dragón de jade y el fénix dorado gritaron a la vez: “¡Esta es nuestra perla!”

La Reina Madre se puso furiosa y exclamó: “Tonterías, yo soy la madre del Emperador del Paraíso, y todos los tesoros me pertenecen”.

El dragón de jade y el fénix dorado se enfadaron entonces mucho por lo que la reina decía y protestaron:

“El paraíso no ha creado esta perla, ni ha nacido de la tierra, fuimos nosotros quienes le dimos forma y la pulimos, nos llevó muchos años de duro trabajo”.

Avergonzada y furiosa, la Reina Madre agarró fuertemente la bandeja y ordenó a los guardianes del palacio que expulsaran al dragón de jade y al fénix dorado, pero ellos lucharon con todas sus fuerzas, con la determinación de arrebatarle la perla a la Reina Madre. Los tres pelearon por la bandeja dorada, que, al ser zarandeada en la pelea salió disparada, y con ella la perla, que rodó hasta el borde de la escalera para luego caer al vacío.

El dragón de jade y el fénix dorado salieron corriendo como una exhalación, intentando evitar que la perla se rompiera en pedazos. Volaron en su búsqueda, hasta que al final se posó con suavidad en la tierra. Al tocar el suelo, la perla inmediatamente se convirtió en un claro y verde lago.

El dragón de jade y el fénix dorado no podían soportar la idea de separarse de él, y se convirtieron en dos montañas, quedando para siempre al lado del lago.

Desde entonces, la Montaña Dragón de Jade y la Montaña Fénix Dorado permanecen serenamente a ambos lados del Lago del Oeste.

jueves, 15 de enero de 2009

LA CARRETA VACÍA (OTRO CUENTO SUFI)

Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: -Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: -Estoy escuchando el ruido de una carreta. -Eso es -dijo mi padre-, es una carreta vacía. Pregunté a mi padre: -¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre respondió: -Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace. Me convertí en adulto, y ahora, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo que cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace. La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas. Nadie está más vacío que aquel que está lleno de sí mismo.

LA MUJER PERFECTA --- NASRUDÍN

Nasrudin conversaba con un amigo.
- Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?
- Sí pensé -respondió Nasrudin. -En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.
Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita.
Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.
- ¿Y por qué no te casaste con ella?
- ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Anónimo

SÉ COMO UN MUERTO

Era un venerable maestro. En sus ojos había un reconfortante destello de paz permanente. Sólo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza mística. El cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:
--Querido mío, mi muy querido, acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.
El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro.
--¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó el maestro.
--Nada dijeron.
--En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos.
El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que le preguntó al instante:
--¿Qué te han respondido los muertos?
--De nuevo nada dijeron -repuso el discípulo.
Y el maestro concluyó:
--Así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos y a los insultos de los otros.

*El Maestro dice: Quien hoy te halaga, mañana te puede insultar y quien hoy te insulta, mañana te puede halagar. No seas como una hoja a merced del viento de los halagos e insultos. Permanece en ti mismo más allá de unos y de otros.

jueves, 4 de diciembre de 2008

DIARIO DE UN LOCO

DIARIO DE UN LOCO (fragmentos)

I
Esta noche hay una luna muy hermosa.
Hacía más de treinta años que no la veía, de modo que me siento extraordinariamente feliz. Ahora comprendo que he pasado estos treinta últimos años en medio de la niebla. Sin embargo, debo tener cuidado: de otra manera, ¿por qué el perro de la familia Chao me iba a mirar dos veces?
Tengo mis razones para temer.

II
Esta noche no hay luna. Yo sé que esto va mal.
Esta mañana, cuando me arriesgué a salir con precauciones, Chao Güi-weng me miró con un fulgor extraño en los ojos: se habría dicho que me temía o que tenía deseos de matarme. Había además siete u ocho personas que hablaban de mí en voz baja, con las cabezas muy juntas: tenían miedo de que las viera. La más feroz de todas mostró los dientes al reírse mientras me miraba, lo que me hizo estremecerme de pies a cabeza, porque ahora sé que sus maquinaciones están a punto.
No obstante, continué mi camino sin miedo. Ante mí había un grupo de niños que discutían también sobre mi persona; sus miradas tenían el mismo fulgor que la de Chao Güi-weng y en sus rostros había la misma palidez de acero. Me pregunté qué clase de odio podían tener los niños contra mí para obrar también de esta manera. No pudiendo contenerme, grité: "¡Díganmelo!", pero ellos huyeron.
He reflexionado. ¿Qué razones tienen Chao Güi-weng y los hombres de la calle para detestarme? Hace veinte años di un pisotón por error en un viejo libro de cuentas del señor Gu Chiu[1], lo que le produjo gran contrariedad. Aunque Chao Güi-weng no conoce al señor Gu, ha debido oír hablar de este asunto y quiere sacar la cara por él; por ello se ha puesto de acuerdo contra mí con los hombres de la calle. Pero ¿por qué los niños? Cuando ocurrió este incidente ni siquiera habían nacido; entonces, ¿por qué me han mirado con ese aire extraño que revelaba miedo o deseos de matar? Todo esto me espanta, me intriga y me desconsuela.
¡Ahora comprendo! Han sabido el asunto por sus padres.

IX
Quieren devorar a los otros y temen ser devorados a su vez; por esto se estudian recíprocamente con miradas cargadas de sospechas...
Si abandonaran estos pensamientos se sentirían a sus anchas en el trabajo, en el paseo, en la comida, en el sueño. Para franquear este obstáculo sólo hay que dar un paso: pero el padre y el hijo, el hermano y el hermano, el marido y la mujer, el amigo y el amigo, el profesor y el estudiante, el enemigo y el enemigo, y hasta los desconocidos, forman un clan, se aconsejan y se retienen mutuamente para que a ningún precio alguien dé este paso.

XI
El sol no aparece más, la puerta sólo se abre dos veces al día, cuando me traen mis comidas.
Mientras tomaba los palillos, volví a pensar en mi hermano mayor; ahora yo sé que fue él el causante de la muerte de mi hermana pequeña. Tenía cinco años y era tan linda que enternecía. Veo de nuevo a nuestra madre sollozando sin cesar y a mi hermano consolándola. Tal vez sentía arrepentimiento porque era él quien se la había comido. Si es todavía capaz de experimentar ese sentimiento.
Nuestra hermana ha sido devorada por mi hermano; no sé si mi madre llegó a darse cuenta de ello.
Pienso que mi madre lo sabía; si en medio de sus lágrimas no dijo nada, probablemente fue porque lo encontraba muy natural. Recuerdo que un día que me hallaba tomando el fresco ante la puerta del salón -en esa época tendría unos cuatro o cinco años- mi hermano me dijo que un hijo debe estar dispuesto a cortar un trozo de carne de su cuerpo, echarlo a cocer y ofrecerlo a sus padres si éstos caen enfermos, pues es así como obra un hombre honesto. Mi madre no protestó. Si es posible comer un trozo de carne humana, evidentemente es posible comerse a un hombre entero. No obstante, cuando vuelvo a pensar en sus sollozos de entonces, no puedo evitar que el corazón se me apriete. Qué extraña cosa...

XII
Ya no puedo pensar más en ello.
Solamente hoy me doy cuenta de que he vivido años en medio de un pueblo que desde hace cuatro milenios se devora a sí mismo. Nuestra hermanita murió justamente en el momento en que mi hermano se hacía cargo de la familia. ¿No habrá mezclado su carne con nuestros alimentos para que la comiéramos sin saber que lo hacíamos?
¿Acaso sin quererlo he comido carne de mi hermana? Y ahora me llega el turno...
Si tengo una historia que cuenta cuatro mil años de canibalismo -al principio no me daba cuenta de ello pero ahora lo sé-, ¡cómo podría esperar encontrar a un hombre verdadero!






Lu Sin (1881-1936) nació en el pueblo de Shaosín, donde hoy se le rinde culto como al más grande escritor chino moderno. La publicación en vernáculo de su Diario de un loco, en 1918, fue la primera escalada en la revolución literaria que habría de producir un año después el Movimiento del 4 de Mayo.
Fue también Lu Sin un líder teórico, quizás el más importante, de la nueva literatura. En su Breve historia de la ficción en China llevó a cabo un penetrante análisis de las grandes novelas clásicas chinas, muchas de las cuales habían sido puestas en discusión con el despliegue de la revolución literaria. A través de sus obras y de su acción fue siempre un gran combatiente de las nuevas ideas, contra la literatura feudal, contra la política cultural represiva del Kuomintang, por la popularización de la literatura y por los grandes cambios sociales.
[1] Gu Chiu significa antigüedad. Aquí el autor alude a la larga historia de la opresión feudal en China. (N. de los T.)